martes, 30 de diciembre de 2008

HISTORIA DE MI NOMBRE (3)

          Pues estaba en el bachillerato, y nos mandaron hacer una redacción. Me pusieron un notable, entonces. Yo conté lo de aquella noche de Reyes Magos. Era ya tarde, cerca de las doce, y mi padre decía que nos teníamos que meter en la cama enseguida porque los reyes estaban apunto de llegar; y claro, si los veíamos, si estábamos despiertos, pues que no nos dejaban ningún regalo. Aquella noche me acosté pensando en esto, nerviosita. Oye, y al rato me pareció oír las herraduras de los caballos sobre el empedrado de la calle. “Ya están ahí. Ya están aquí. ¿Qué me traerán este año?”, pensé. Y al rato me quedé dormida. Al día siguiente, en la ventana que da a la plaza, en la ventana de la habitación de mis padres, habían dejado para mí una cestita muy bonita, de ganchillo, blanca, con una cintita rosa y unos caramelos. Cuando la vi dije: “¡Huy, qué bonita, como la que hay en el aparador!”. Y me fui derecha a compararlas, porque yo recordaba haber visto una igualita, igualita, allí. Pero la del aparador ya no estaba. “Bueno, se la habrán llevado a otro lado”, pensé.
          Cosas de niños. Yo tenía entonces doce años.

domingo, 12 de octubre de 2008

HISTORIA DE MI NOMBRE (2)

Yo no suelo llorar, soy Leo.
Lloré una vez porque supe
que mi cabeza no daba para más.
Lloré otra vez al ver una talla
de Cristo chorreando sangre.
Y lloro cuando hago daño
a las personas que quiero.
Yo no suelo llorar.
Soy Leo.

martes, 15 de julio de 2008

HISTORIA DE MI NOMBRE (1)




          Todas las paredes de mi pueblo están pintadas de amarillo, de un amarillo limón brillante. Las tablas con las que se levantan las lindes de las huertas también. Incluso las paredes de la vieja ermita, a las afueras del pueblo, son de este color. Por la tarde me asomo a la ventana y me distraigo con el baile de los colores: el amarillo de las paredes, el rosa del aire, el verde de los campos, el azul del cielo, el rojo de los tejados. Me sonrío porque la cresta, el cuello de los gallos, y gran parte del plumaje, hacen juego con los tejados; y las patas, con las paredes.
         
Cuando llueve, no me siento en el porche a leer. Cuando llueve está todo más gris, y el corazón se me adormece al ritmo del agua. Cuando llueve la luz se parece un poco al mundo del otro lado de la frontera que dicen los libros que existe, a ese mundo en el que las paredes son de piedra y barro, y las gentes discuten por nada, por un trozo de pan; que mira tú si no habrá pan para todos en la tierra. Pero la lluvia es buena. La lluvia es buena porque limpia el color de las paredes, y el de los tejados, y el de los prados; y luego todo está como nuevo. Y luego da mucho más gusto mirar el amarillo limón del mundo.
         
Todas las tardes leo uno de los libros interminables, uno de esos tres libros mágicos que hicieron los antiguos y que luego se dejaron olvidados en los sótanos de mi casa. Ya se sabe que las prisas no son buenas, y más cuando uno se trae entre manos cosas importantes que incumben a todos. Me admiran las historias de esos hombres inagotables que levantaban edificios altos, con grandes torres acabadas en pararrayos, con muchas vidrieras. Esos edificios que parecían naves a punto de partir, con sus grandes capiteles, con sus enormes órganos y su música sacra, con su gente menuda dentro, rezando; esos edificios imposibles, con esas paredes al natural, sin pintar de amarillo, inacabadas.
         
Alguna tarde, tras leer estas historias en los libros interminables, me pongo triste. No comprendo un mundo en el que todo está por hacer, en el que todo está sin acabar, en el que las paredes no estén pintadas de ese amarillo limón brillante que tanto me gusta. En estas tardes de tristeza comprendo, de pronto, por qué en mi pueblo no hay catedrales.

martes, 20 de mayo de 2008

HISTORIA DE MI NOMBRE

.....Yo no me acuerdo de nada, ¡qué quiere que le diga!
.....Me pusieron de nombre Elena, creo que porque entre los del santoral de ese día estaba ése; lo mismo que Agapita, que vaya faena si me ponen Agapita.
.....Pero lo importante es que mi padre eligió el que tengo, nadie sabe por qué; aunque algunas habladurías hay por el pueblo de una novia que tuvo en la mili que se llamaba así.
.....Pero esto son sólo habladurías. Y las habladurías, habladurías son; como los sueños, sólo humo de mentes calenturientas.
.....A mí no me gustaba mi nombre. Mi nombre se pronuncia con los labios cerrados, no como María, por ejemplo, que hay que abrir bien la boca y tomar aire, y hacer un esfuerzo.
.....Pronunciar mi nombre era como ir de puntillas, como dejar que el agua del albañal se saliera.
.....Pero todo eso cambió el día que Doña Aurora fue explicando el significado de los nombres. Cuando llegó a mí, cuando preguntó mi nombre y yo se lo dije, exclamó:
..... - ¡Vaya, eh aquí un nombre pomposo, un nombre de princesa!
.....Eso de princesa se me quedó clavado en el corazón.